Cuando el trabajo no termina: la trampa de estar siempre disponible
Hay noches en que el cuerpo se acuesta, pero la mente sigue en la oficina. Revisás mentalmente listas, imaginás escenarios, te prometés que mañana sí vas a parar. Pero mañana es igual.
Crecimos escuchando que “quien se esfuerza más, llega más lejos”. Nos enseñaron a admirar al que nunca descansa, al que está siempre conectado, disponible, al que responde mensajes a cualquier hora. Como si la fatiga fuera un trofeo, como si el cuerpo y la mente no tuvieran límites.
Pero el costo de estar siempre “on” es silencioso: ansiedad, insomnio, irritabilidad, deterioro de vínculos, despersonalización.
Vivimos una era donde la tecnología, en lugar de liberar tiempo, nos ata a una disponibilidad perpetua. Nuestros hogares se volvieron extensiones de la oficina, y los horarios, una formalidad.
Desconectarse es un derecho, pero también una responsabilidad con uno mismo. Porque trabajar sin pausa no es sinónimo de compromiso, sino de vulnerabilidad.
Si hoy querés empezar a cambiar, elegí un horario para cerrar el día. Guardá el celular. Salí a caminar. Conversá sin distracciones. Permitite ser alguien más que tu rol laboral.
Propuesta práctica:
Durante una semana, fijá una hora límite para apagar notificaciones laborales. Observá cómo cambia tu descanso y tu estado de ánimo.