La Violencia
Cuando el Conflicto Nos Habita y Nos Envuelve
La violencia no es solo un golpe, un grito o una pelea. Es mucho más que eso. Es lo que sentimos cuando nos frustramos, cuando nos enojamos con nosotros mismos, cuando respondemos con indiferencia o desprecio. Es lo que pasa cuando las palabras duelen más que los puños, cuando una mirada despectiva o un silencio prolongado construyen muros entre las personas.
Vivimos en un mundo donde la violencia parece inevitable, pero ¿alguna vez nos preguntamos de dónde viene realmente? En este espacio quiero invitarte a reflexionar sobre la violencia desde adentro hacia afuera: lo que pasa en nuestro interior, lo que proyectamos en nuestras relaciones y lo que termina afectando a la sociedad en su conjunto.
La violencia que llevamos dentro
La violencia no siempre se ve. A veces la llevamos adentro, disfrazada de pensamientos negativos, de autocrítica extrema, de la presión por ser perfectos o por encajar. ¿Cuántas veces nos castigamos mentalmente por un error? ¿Cuántas veces nos hemos hablado con dureza, como si fuéramos nuestro peor enemigo?
A veces, la lucha más grande no es con los demás, sino con nosotros mismos. Sentimos enojo y no sabemos qué hacer con él, así que lo guardamos hasta que explota. O nos acostumbramos tanto a ignorar lo que sentimos que terminamos siendo indiferentes, desconectados de nuestras propias emociones.
Cuando la violencia interna no se resuelve, tarde o temprano se filtra hacia el exterior. Un comentario sarcástico, una respuesta cortante, una actitud agresiva sin darnos cuenta. Sin querer, terminamos descargando lo que no sabemos manejar.
Cuando la violencia se hace visible
La violencia no es solo un problema individual, también es social. Se ve en las calles, en el trabajo, en la familia, en las noticias. Está en la desigualdad, en las palabras que humillan, en la competencia despiadada, en la falta de oportunidades.
Las condiciones en las que vivimos muchas veces nos empujan al límite. La falta de dinero, la presión laboral, el miedo al futuro. Todo esto genera un malestar que, si no encontramos cómo canalizar, se transforma en enojo, en resentimiento, en bronca contra quienes creemos que son culpables de nuestra situación.
Los medios de comunicación también juegan un papel importante. La violencia está en todas partes: en las series, en las redes sociales, en la política. Nos acostumbramos tanto a verla que dejamos de cuestionarla. A veces, incluso la justificamos.
El efecto dominó de la violencia
La violencia nunca se queda quieta. Es como una piedra en el agua: genera ondas que se expanden y afectan a todos a su alrededor.
Si una persona crece en un ambiente violento, tiene más probabilidades de repetir esos patrones en su vida adulta. Si en una familia el trato diario es a los gritos, es probable que los hijos aprendan que así se resuelven los conflictos. Si en una sociedad se normaliza la agresión, la desconfianza y el desprecio, se debilitan los lazos que nos sostienen.
La violencia rompe vínculos, crea miedo, destruye comunidades. Nos vuelve más fríos, más desconfiados, menos empáticos. Y lo peor es que muchas veces no nos damos cuenta de cómo estamos contribuyendo a que siga creciendo.
¿Cómo salimos de este círculo?
No hay soluciones mágicas, pero sí hay caminos. Y todo empieza por lo más simple: mirarnos hacia adentro.
Si aprendemos a reconocer nuestras emociones, si nos permitimos sentir sin juzgarnos, si encontramos formas saludables de expresar el enojo, ya estamos dando un paso enorme. No se trata de evitar la rabia o el dolor, sino de aprender a gestionarlos sin hacernos daño ni dañar a los demás.
También podemos empezar por cambiar pequeñas cosas en nuestra forma de relacionarnos. Escuchar más, hablar con respeto, elegir palabras que construyan en lugar de destruir. Cuestionarnos si lo que decimos o hacemos genera más violencia o ayuda a desarmarla.
Y, sobre todo, recordar que cada acción cuenta. La forma en que tratamos a los demás, la manera en que respondemos a un conflicto, el tono que usamos al hablar. Porque, aunque la violencia parece algo gigante y fuera de nuestro control, en realidad empieza en lo cotidiano, en lo mínimo, en lo que cada uno de nosotros elige hacer todos los días.